Johana, Escort Profesional

30.7.12

"La vida de una escort deambula entre sacrificios y el lujo; las habilidades en el sexo puede llevarlas a tener una existencia de primer nivel, pero la factura puede ser a veces muy costosa"

Así es como comienza el artículo publicado por Sergio Ramos en la Revista Open, el cual comparto con ustedes para difundir el atractivo contenido de interés masculino (en su mayoría) que la revista filial de PlayBoy México, ofrece a sus lectores.



Confesiones de una Escort
Por Sergio Ramos

Armida no le gusta su nombre. Le parece ‘de señora’, dice. Por eso se lo cambió a Johana. El nombre no le sienta mal porque Johana es rubia, blanca, como las mujeres de la sierra de Sinaloa, alta y de curvas bien formadas. No parece haber salido de una casa de adobe y techo de lámina, con una letrina en el patio rodeada por gallineros y corrales para los puercos. Tampoco quedan en ella estelas de su infancia, sembrando algodón en los campos agrícolas de Mazatlán ni de haber crecido entre la tierra, la miseria y el sol que cae sobre el valle como un mazo ardiendo. Ahora es una mujer de 26 años, exuberante, que compra su ropa en los malls de San Diego, que acude a la estética una vez por semana y conduce una Patriot. “Administras muy bien tu dinero”, le digo. “Eso y que tengo muy buenos clientes”, puntualiza.

Johana es escort desde hace tres años. La diferencia básica entre una acompañante y una sexoservidora común es que la primera ofrece, además de un servicio sexual, una compañía temporal; de tal manera que su tarifa no se mide en horas ni en número de encuentros sexuales. Johana, además, no se para en las esquinas ni acude a hoteles de mala muerte. Ella recibe un número determinado de “clientes fijos” en un departamento que tiene ubicado frente al malecón de Mazatlán. Entre sus vecinos hay canadienses retirados, narcos de Culiacán que pasan sus fines de semana en el puerto y empresarios locales. Ella, además, es frecuentemente invitada por algunos de sus clientes a vacacionar en otras ciudades. Gracias a ellos conoció Estados Unidos y desde entonces no puede comprar su ropa más que en California, como en Rodeo Drive. Un empresario del puerto que tiene hoteles en Cabo San Lucas le pide que la acompañe y mientras él está en sus negocios, allá lo espera en la suite presidencial. Cuando afirmo que lleva una vida de lujo, me ataca con una frase: “sí, pero tiene su precio”.

¿Pero cuál puede ser el precio, además de entregar su cuerpo a hombres que probablemente no le gusten? Si tomamos en cuenta que la mitad de las mujeres casadas viven esta situación, ¿en qué consiste el sacrificio gracias al cual se da esta vida de reina? “No me puedo enamorar en serio de nadie. A veces me siento sola, quisiera salir con alguien de mi edad; enamorarme de veras, pero no puedo establecer ningún vínculo con nadie porque sé que tengo la semana ocupada para mis clientes”. Lo intentó una vez y la experiencia fue desastrosa. Estaba con sus amigas, ex compañeras de la universidad en uno de los antros de playa más populares de Mazatlán. De inmediato, la mesa ocupada por cinco mujeres hermosas llamó la atención del grupo de otra mesa donde había cinco muchachos de la misma edad. Juntaron las mesas y enseguida de Johana se sentó un tipo de lentes que llamó su atención. Se aislaron del resto del grupo y toda la noche estuvieron platicando. Él contó de sus viajes y Johana ya conocía los lugares que mencionaba. Pero cuando él preguntaba con quién había hecho esos viajes, ella tenía que mentir. “Desde luego, no iba a confesar que mis clientes me habían llevado a esos sitios”, confiesa.

Después de esa noche, se citaron para ir a comer juntos al día siguiente. Ella no fue a la cita. Uno de los clientes la llamó y ella no podía negarse. Durante seis horas tuvo el celular apagado. El tiempo en que el cliente estuvo en el departamento. “Tuvimos sexo, comimos, platicamos en la terraza, nos tomamos una cerveza, volvimos a tener sexo; me invitó a Cancún porque tenía que ver lo de unos hoteles allá, se le manchó la camisa con cerveza y se la tuve que lavar porque no podía llegar a casa con aroma, ¿ves? Es todo lo que hace una escort.”

Fornicar, platicar, preparar comida, servir de compañía en aburridos viajes de negocio, lavar ropa. Un ama de casa común con un sueldo elevado –pienso-. Mejor dicho, un ama de casa con un sueldo. Punto.

El tipo de la disco ya no llamó después del plantón. Ella lo buscó. Se volvieron a ver y quedaron de ir al cine el fin de semana. Pero después ella recordó que el sábado tenía el día programado para un cliente muy especial: un funcionario del gobierno estatal que, aprovechando que ese sábado estaría el gobernador en el puerto, quería verla. “No me puedo dar el lujo de rechazar a un cliente así, porque con lo que él me da por un fin de semana, pago la renta de este departamento”. Cuando le pregunto si ha pensado en rentar algo más sencillo (con una cocina que vale cincuenta mil pesos de fondo), ella responde que “no, eso sería retroceder. Jamás quiero volver a ser pobre”. Johana estudió una licenciatura en comunicación, en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Johana, como muchas mujeres en el puerto, soñó con ser reina del carnaval. Pero las reglas del certamen establecen que la chica que logre acumular más dinero durante su candidatura, será la reina. Así que la corona generalmente cae en manos de chicas de familias pudientes, hijas de narcos o de cantantes famosos.

“¿Que cómo empecé en esto?”, dice, “ni siquiera fue consciente; me hice amante de un hombre casado. Una vez que no tenía ni para pagar la renta, le pedí prestado. Él fue a la casa y me dio el dinero (a cambio de sexo toda la tarde). Sentí que estaba cobrándose el favor. Pagué la renta y pensé: ¿por qué no cobrarle a cada tipo que me quisiera coger?”; fue después que se hizo clienta de los bares de los hoteles, donde llegaban los empresarios. Los funcionarios de gobierno, los turistas norteamericanos. De inmediato empezó a diferenciar. Los gringos no pagan, dice. Algunos empresarios sí son muy tacaños. Los mejores son los funcionarios públicos. A ésos ni les cuesta ganar el dineral que les pagan, así que lo gastan a lo pendejo. Por su cama han pasado los titulares de varias dependencias estatales. Los perfiles de algunos de ellos son similares al de Johana: pobres de nacimiento, ricos cuando se topan con esa mina de oro que es el servicio público corrompido. Le pregunto si piensa en el futuro, cuando sus encantos dejen de gustar y sea relevada por las nuevas generaciones de chicas guapas de origen humilde. “A veces, pero cuando quiera salirme del negocio, ya que ahorre lo suficiente para vivir bien y abrir un negocio, me iré a otra ciudad. A formar una familia como todas las mujeres”. Su relato se interrumpe y me pide que la acompañe. Salimos a la terraza; estamos en el décimo piso de un hermoso condominio con alberca, gimnasio y bar propio. Johana me quiere mostrar el crepúsculo. Son las seis de la tarde y el sol se pone detrás de las islas que están frente al malecón de Mazatlán. El viento, el color del cielo, el mar enfrente. Esta vida es perfecta, después de todo, ¿quién querría dejarla?

Fuente: revistaopen.com.mx

Por cierto, esto me recuerda aquel popular blog de una chica escort profesional que comparte sus anécdotas en un blog personal, pero ya les contaré más sobre el tema en otra entrada.

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