Bastó un abrazo, colgando ella de mi cuello mientras besaba mi mejilla en un saludo efusivo, para llamar mi atención más de lo normal.
Luz Angélica, un nombre que según mi pasado es casi diabólico. Sus 155 cms llamaban más aún a la nostalgia de aquel triste ayer. Una voz aguda, casi fastidiosa pero llena de aquel ímpetu que solo la juventud puede dar a las palabras con tan sólo 24 años. El saludo pasó y me dejó inquieto, con ganas de conocer más de ella.
Sentado en la barra del bar junto a mis amigos, aprovechaba cualquier pretexto para observarla disimuladamente. La veía reir, la veía conversar, la veía bailar… la veía.
Pasaron los minutos y yo seguía inquieto, tanto como aquella vez que en Cuernavaca una amiga rozó mi rostro con su mano izquierda y sentí que quería quedarme a vivir en esa piel tibia y suave… tanto así.
Por fin llegó el momento ideal para acercarme e invitarle un trago y conversar. Me dirigí a su mesa y la invité a sentarse conmigo, ella aceptó y comenzó nuestra charla.
El frío de aquel día de Diciembre resultó perfecto, nuestra conversación y los tragos le dieron la confianza para hacerme notar que tenía frío y pedirme que la abrazara. Su petición resultó tan natural, tan autentica y espontanea que mi timidez no pudo hacer nada, abrí mis brazos, acomodó su espalda en ellos y así platicamos el resto de la noche. Desde entonces quedé hechizado.
Más tarde su hermana se acercó a nosotros y me dijo en tono amable: “Te la presto pero cuídamela bien”, a lo que respondí: “nunca nadie la podría cuidar mejor que yo”. Luz acercó sus labios a los míos y nos besamos dulcemente un par de minutos. ¿Qué cosa buena he hecho yo para merecer tal premio en la vida?
Pasamos el resto de la noche platicando entre besos, abrazos y caricias tiernas hasta que el bar cerró. La llevé a su casa y aún nos quedamos platicando unos minutos más en el auto hasta que el frío de la madrugada nos convenció de despedirnos. Me dirigí a casa y pasé el resto de la noche con insomnio pensando las cosas que un recién enamorado piensa cuando ha tenido tantas relaciones fallidas, eso sí, cada mal pensamiento que llegaba a mi mente era suavizado y sometido por el recuerdo de aquella aguda voz que horas antes me había cautivado. No fue su cuerpo lindo, no fue el brillo en sus negros y enormes ojos, ni siquiera fue lo perfecto que se amoldan sus manos a las mías… fue su voz, su risa lo que recordaba y distraía a mi nostalgia.
Vaya sorpresa.
Y por ahora, eso es todo lo que voy a contar…
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